Este verano, y antes de saber que volveríamos a vernos las caras con la quimioterapia, teníamos previsto hacer un viaje a Francia para visitar París y navegar por los canales del Nivernais.
Después de mucho sopesar, finalmente decidimos que nos merecíamos hacer un paréntesis entre los ciclos de quimioterapia y marchar toda la familia en tren nocturno con destino a París junto a unos amigos.
Hemos pasado las mejores vacaciones de nuestra vida. Han sido unos días maravillosos e inolvidables. París nos recibió con una sonrisa abierta, con el saber estar de una ciudad que se sabe bella, eterna y que se deja querer. Cálida y amorosa incluso cuando llueve. Como una de esas mujeres que nunca se acaban. Como mi mujer.
No voy a hablar de sus paseos ni de sus plazas, ni de sus puentes, su rio o sus avenidas, porque sería inútil...
Hay que verla. Sentirla, olerla, pisarla.
Entregarse a ella, como ella se te entrega a tí.
Como no, visitamos el parque Disney con los niños. Se lo merecían. Y como no disfrutamos toda la familia...
Despues vino el plato fuerte...viaje hasta Chatel Censoire y a coger el barquito para navegar...Tras media hora de explicaciones, te dejan al frente del timón y ¡ya eres capitán de un barco! ¡a navegar avante toda...!
Bueno, avante toda no, porque el barco tampoco da para correr mucho, afortunadamente.
Todo va a un ritmo pausado, suave, relajado. Ese es el secreto del viaje. Calma, paz, paisajes increíbles, pueblecitos de cuento de hadas, donde con suerte solo encuentras como comercios la panadería y la carnicería, y donde a partir de las siete de la tarde, todo se detiene...
Ha sido muy divertido hacernos con el manejo del barco; reconozco que a mí -que era el presunto capitán y me sabía la teoría al dedillo- me costó algún día más de la cuenta. Suerte que a mi compañero de timón, el barco se le entregó por completo desde el primer momento.
Así, entre risas y esclusas, visitamos desde Clamecy, hasta Auxerre, pasando por Lucy sur Yonne, Mailly la Ville, Cravant, Vincelottes, Vaux, Augy, para volver a Chatel Censoir...
Cada día era una aventura, una aventura con ritmo propio, pues acoplabamos nuestro ritmo de vida al ritmo pausado y cadencioso del rio...Sin prisas, sin estridencias, entre botellas de vino -borgoña, burdeos, chablys...- exquisito pan, deliciosos patés y quesos olorosos y más deliciosos aún si cabe. ¡Ah..! Y el Pastís...no olvidemos el inevitable Pastís de Marsella...
Solo una nota discordante -bueno dos, aunque hoy solo cito una- las famosas "Anduilletes", que por doquier ofrecían los restaurantes y carnicerías como una delicia local. Una especie de salchicha, rellena de algo parecido a tripas, recortes de vísceras huecas...-como si dijéramos casquerías- que fuimos, lo reconozco, incapaces de comer. Totalmente incapaces.
Francia se dejó querer. Definitivamente se nos entregó, con los brazos y el alma abierta, con la calma de una amante que sabe que antes o después volverás a sus brazos.
Y volveremos...ya lo creo que volveremos.
2 comentarios:
Me gusta Francia, verla a través de vuestros ojos ha sido toda una experiencia. Lo que no consigo imaginar es como has sido capáz de hacer navegar ese barquito. Claro, un sub es mas fácil.
Gracias por este regalo.
Abrazos mil a repartir. Anda tira que ya tienes trabajo.
Qué hermosura de relato...
Nunca dejas de sorprendernos, Manpe.
Un abrazote y muchos besos para tu familia.
Beltza
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