lunes, 29 de septiembre de 2008

Esto sí son vacaciones


Este verano, y antes de saber que volveríamos a vernos las caras con la quimioterapia, teníamos previsto hacer un viaje a Francia para visitar París y navegar por los canales del Nivernais.
Después de mucho sopesar, finalmente decidimos que nos merecíamos hacer un paréntesis entre los ciclos de quimioterapia y marchar toda la familia en tren nocturno con destino a París junto a unos amigos.

Hemos pasado las mejores vacaciones de nuestra vida. Han sido unos días maravillosos e inolvidables. París nos recibió con una sonrisa abierta, con el saber estar de una ciudad que se sabe bella, eterna y que se deja querer. Cálida y amorosa incluso cuando llueve. Como una de esas mujeres que nunca se acaban. Como mi mujer.
No voy a hablar de sus paseos ni de sus plazas, ni de sus puentes, su rio o sus avenidas, porque sería inútil...
Hay que verla. Sentirla, olerla, pisarla.
Entregarse a ella, como ella se te entrega a tí.

Como no, visitamos el parque Disney con los niños. Se lo merecían. Y como no disfrutamos toda la familia...

Despues vino el plato fuerte...viaje hasta Chatel Censoire y a coger el barquito para navegar...Tras media hora de explicaciones, te dejan al frente del timón y ¡ya eres capitán de un barco! ¡a navegar avante toda...!
Bueno, avante toda no, porque el barco tampoco da para correr mucho, afortunadamente.
Todo va a un ritmo pausado, suave, relajado. Ese es el secreto del viaje. Calma, paz, paisajes increíbles, pueblecitos de cuento de hadas, donde con suerte solo encuentras como comercios la panadería y la carnicería, y donde a partir de las siete de la tarde, todo se detiene...

Ha sido muy divertido hacernos con el manejo del barco; reconozco que a mí -que era el presunto capitán y me sabía la teoría al dedillo- me costó algún día más de la cuenta. Suerte que a mi compañero de timón, el barco se le entregó por completo desde el primer momento.

Así, entre risas y esclusas, visitamos desde Clamecy, hasta Auxerre, pasando por Lucy sur Yonne, Mailly la Ville, Cravant, Vincelottes, Vaux, Augy, para volver a Chatel Censoir...

Cada día era una aventura, una aventura con ritmo propio, pues acoplabamos nuestro ritmo de vida al ritmo pausado y cadencioso del rio...Sin prisas, sin estridencias, entre botellas de vino -borgoña, burdeos, chablys...- exquisito pan, deliciosos patés y quesos olorosos y más deliciosos aún si cabe. ¡Ah..! Y el Pastís...no olvidemos el inevitable Pastís de Marsella...

Solo una nota discordante -bueno dos, aunque hoy solo cito una- las famosas "Anduilletes", que por doquier ofrecían los restaurantes y carnicerías como una delicia local. Una especie de salchicha, rellena de algo parecido a tripas, recortes de vísceras huecas...-como si dijéramos casquerías- que fuimos, lo reconozco, incapaces de comer. Totalmente incapaces.

Francia se dejó querer. Definitivamente se nos entregó, con los brazos y el alma abierta, con la calma de una amante que sabe que antes o después volverás a sus brazos.
Y volveremos...ya lo creo que volveremos.